
En verdad resulta exultante sentirse así plena, llena de ideas, experiencias y satisfacciones. Por otra parte, esta dicha pasa a segundo plano, ya que las despedidas siempre pesan, un apretón de manos, un abrazo, un "me dio gusto verte", un beso...
Y luego, queda solamente el frío aeropuerto, tan lleno de gente, de voces, de idas y venires. Algo empieza a calarme, algo me duele aquí adentro. Es esta soledad que me atrapa, en medio de todo y nada...
Se agolpan los recuerdos, se agolpan las voces y palabras en mi mente. Como por encargo, me dirijo a buscar en una tienda, algo con sabor a almendras, y resulta que ¡no tienen!, como a Mafalda, me entra una basurita en el ánimo.
Sigo deambulando como loca, perdida en ese mar de "pasajeros en tránsito", intentando encontrar una cara amable que me diga: "no estás sola".
Mi último intento por no sentirme así, es el celular, me aferro a esa voz que me llama, pero que finalmente, también se despide...
Es un hecho, las despedidas duelen , siento esa pequeña marca que sé que no borrará ninguna crema antiarrugas.
Sólo queda esperar volver a reencontrarnos y pensar que esta vez será para siempre...
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